Escribir es una terapia para muchas personas. Sacan su libreta o un pliego peregrino y deslizan sus pensamientos sobre él, como buscando un tesoro interior que no se encontraría con el mero acto reflexivo. El mágico impulso de este arte les arrolla de repente, generando un sinfín de sensaciones agradables al ir descubriendo entre la tinta al esquivo habitante que mora en nuestro corazón. Y una vez que ha salido es muy fácil conversar horas y horas con él; conversar sobre nuestros problemas, sobre la vida, sobre el futuro, sobre la esperanza encendida que supone sentirse en marcha, avanzando hacia el destino. Bien es cierto que no pocas veces lloran también nuestras tristezas sobre el papel… ¡Sea! Es un modo excelente de despedirlas. Al darles forma pierden fuerza.
Llegar a ser un buen literato no es el fin primordial de la escritura. Muchas personas se ejercitan en la danza sin proyectarse en el Bolsoi y otras tantas pintan cuadros que no saldrán de su estudio. Lo importante del arte es el diálogo con uno mismo. Lo demás viene con el tiempo, la experiencia y un poco de suerte. Sin embargo, sería lamentable amordazar al genio que nos inspira con falsas pretensiones triunfalistas. El arte es expresión, es la belleza del alma revistiéndose de materia, es aprendizaje y acción, trabajo y deleite, humildad y orgullo, triunfo y fracaso. Por cada obra maestra que ha salido a la luz se han esbozado miles de ideas en libretas anónimas.
Querido amigo, te invito a cortar de un tajo las dudas que momifican al artista que llevas dentro. Déjale salir, que hable con su voz genuina y amable; que comparta con el silencio sus palabras, porteadoras milenarias de ideas y sentimientos. ¡Escríbete! En algún lugar, el público invisible que anima al universo lo aprecia y te aplaude.
Naty Sánchez